Me detendré a presentarles un fragmento un tanto extenso, pero que no desperdicia palabras, que me impactó sobremanera cuando lo encontré en un libro del que daré algunos detalles. Se trata del primer tomo de “Astronomía Popular”, escrito por Augusto T. Armicis de la Real Sociedad Astronómica de Londres, publicado en Barcelona por los editores Montaner y Simón, en el año 1901.
He quedado maravillado, no tanto por el contenido (el cual, aunque desactualizado en extremo para la época, no por ello ha perdido su valor), sino más bien por el trato particular del mismo. Si hubiera una palabra para describirlo, creo que sería “apasionante”, y aquello es algo que no encuentro en los manuales actuales, que nos presentan la información con una frialdad casi indiferente…
Augusto inserta descubrimientos en un hilo narrativo, y se detiene a explicarnos quiénes, en qué contexto, y cómo descubrieron los hechos. Explica las leyes de la óptica, en un nivel básico, para entender el punto sobre el que se basó Galileo para establecer que las manchas se constituyen en la superficie solar, descartando la idea de que fuesen planetas; esquematiza los distintos métodos de observación, destacando qué se pudo avanzar con cada uno de ellos… ¿Sabían que Galileo perdió su vista por observar el Sol sin modificadores?. Transmite, como dije, la pasión que sintieron aquellos grandes hombres; y si a uno le interesa, a veces siente que ha viajado al siglo 19…
Sin más, he aquí el fragmento. Nota: observen cómo, de un día para el otro, Fabricio inventa el sistema de proyección.
“La primera obra impresa conocida en que se trata de las manchas del sol, es la que publicó el astrónomo holandés Juan Fabricio, titulada Joh Fabricii Narratio, et Dubitatio de modo eductionis speclerum visibilium. (Witterbergae, 1611 in 4.º) La dedicatoria está fechada en 13 de junio de 1611. De esta obra extractamos la siguiente curiosa relación, de las observaciones de Fabricio:
" Examinando un día con un anteojo el disco del Sol, vi con sorpresa en su superficie una mancha negruzca bastante grande, que tomé al principio por una nube; pero fijándome más, conocí mi error; la elevación del Sol y su excesivo brillo (I) me obligaron a dejar la observación para el día siguiente. Mi padre y yo pasamos el resto del día y aquella noche con gran impaciencia, discurriendo sobre lo que podía ser aquella mancha; si pertenece al Sol, decía yo, volveré a verla, indudablemente; en caso contrario, su movimiento nos la hará invisible; en fin, al día siguiente la vi otra vez, con un placer indecible; pero había cambiado de lugar, y esto aumentó nuestra confusión; sin embargo, ideamos recibir los rayos solares por un pequeño agujero de una cámara obscura sobre un papel blanco, y la vimos dibujarse perfectamente en forma de nube entrelarga; el mal tiempo nos obligó a suspender nuestras observaciones durante tres día; pasados éstos había avanzado la mancha oblicuamente, hacia el occidente. Distinguimos otra más pequeña próxima al borde del Sol, que en el transcurso de algunos días llegó hasta el centro. Vino luego una tercera; antes había desaparecido la primera que se presentó, y pocos días después lo hicieron las otras dos. Vacilaba entre el temor y la esperanza de no volverlas a ver, pero diez días después apareció la primera en el borde oriental. Comprendí entonces que hacía una revolución, y desde principios del año me he confirmado en esta creencia y he enseñado estas manchas a otras personas, que piensan lo mismo que yo. Sin embargo, una duda me impidió escribir desde luego sobre este asunto, y me hacía arrepentirme de haber empleado mi tiempo en estas observaciones. Veía que no conservaban entre sí la misma distancia, que cambiaban de forma y de velocidad; pero mi placer fue mucho mayor cuando descubrí la verdadera causa. Como es de suponer por estas observaciones, las manchas se hallan situadas sobre el cuerpo mismo del Sol, que es esférico y sólido, y al llegar cerca de los bordes han de verse más pequeñas, disminuyendo su velocidad. Invitamos a los aficionados a las verdades físicas a que se aprovechen del bosquejo que les presentamos; supondrán, sin duda, que el Sol tiene un movimiento de conversión, como dijo Jordán Bruno en su Tratado del Universo, y en último lugar, Keplero en su libro sobre los movimientos de Marte; pues, en otro caso, no sé qué podríamos hacer de estas manchas."
(I) Todavía no se empleaban modificadores.”
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1 comentario:
tu escritura es apasionante de verdad mi querido amigo...
no veo la hora en que zarpemos hacia aventuras desconocidas como las que hemos pasado anteriormente...
nos estamos viendo capitán...
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